Un pequeño escalofrío me recorre la espalda mientras
poco a poco sumerjo mi cuerpo desnudo en ese riachuelo. Ese riachuelo donde de
pequeña me imaginaba un mundo de fantasía junto a mis amigas. Ahora ese pequeño
arroyo donde han dado lugar tantos acontecimientos de mi infancia, se ha
convertido en un mar de recuerdos, solo recuerdos.
Meto la cabeza debajo del agua en un intento de volver
a sentirme niña, pero me doy por vencida. Sigo siendo yo, una muchacha que
quiere olvidar el presente y que desea con todas sus fuerzas sentirse de nuevo
viva. Repetir esas tardes llenas de carcajadas y bromas junto a aquellas
personas a las que prometía no abandonar nunca. Bajo la mirada y suspiro, las
cosas cambian.
Echo un vistazo a mí alrededor. Estoy en medio de la naturaleza,
disfrutando del contraste entre calor del sol del verano y la frescura del agua
rozando mi piel.
Diviso alguien a lo lejos aproximándose. Lentamente la
imagen se hace más nítida, pertenece a un joven. Le contemplo durante unos
segundos hasta que recuerdo mi cuerpo al descubierto, rápidamente salgo del
agua y me cubro con la toalla para esconderme acto seguido tras unos
matorrales.
Noto mi corazón nervioso, trato de pasar desapercibida
pero al mismo tiempo contemplo curiosa, me pregunto qué le habrá traído hasta
este tan poco conocido lugar. Observo entre las ramas cómo el chico llega a la
orilla. Mantengo la respiración intentando hacer el menor ruido posible,
mientras él al creer estar solo, con toda naturalidad se dispone a sacar algo
de su vieja mochila. De repente siento que algo se clava en mi pierna, escuece,
se me escapa un leve gemido y aprieto los puños como si de ésta forma lograse
atenuar el dolor. Intento contener las lágrimas a la vez que mis pulsaciones
aumentan al darme cuenta de que el desconocido ha notado mi presencia y mira en
dirección a mi escondite, se levanta y se acerca. Cuando creo haber sido
descubierta me percato de que realmente mira una colmena situada justo encima
del arbusto que había tomado como refugio.
Suspiro aliviada mientras cierro los
ojos y mis manos acarician mi pierna calmando la incómoda sensación, que por lo
visto era producto de una abeja extraviada.
Aquel interesante joven, después de pararse a
contemplar el hogar de aquel insecto que me había causado tal dolor, regresa a
su trocito de orilla para continuar lo que había dejado a medias. Tras volver a
meter la mano en la mochila saca lo que parece ser un cuaderno. Lo abre por una
página cualquiera y comienza a escribir.
Escribe rápido y parece concentrado, lo que hace
aumentar mis ganas de saber lo que le ha traído a este paradero tan poco
transitado. Y todavía más por conocer el contenido que está siendo plasmado en
las hojas de ese cuaderno.
Por unos
momentos permanece completamente inmóvil, ocasión que aprovecho para fijarme
más en sus rasgos. Aparenta tener unos dos años más que yo, su pelo oscuro cae
de una forma desordenada pero graciosa sobre su frente. A su vez posee una tez
blanca, aunque unas mejillas rosadas que invitan a ser acariciadas. Y resaltan
sus ojos, levemente rasgados con una mirada fija que tienta a saber más de
quién la posee.
Cierra el cuaderno y lo mete de nuevo en su saquito
para después irse por donde ha venido. De nuevo estoy sola en mitad de la nada,
mirando un montoncito de hojas secas donde hacía solo unos segundos había
estado sentado aquel desconocido.
De repente me doy cuenta de que está anocheciendo y
recuerdo cómo se preocupa mi madre si aparezco apenas unos minutos más tarde de
lo habitual.
Me encontraba
tan absorta mirando a aquel extraño que
ni me había percatado de la hora. Rápidamente me pongo mi vestido azul clarito
de rayas y salgo corriendo sin que me dé tiempo a abrocharme las zapatillas.
Suspiro aliviada mientras cierro los ojos y mis manos acarician mi pierna calmando la incómoda sensación, que por lo visto era producto de una abeja extraviada.
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